miércoles, 11 de mayo de 2011

I


No habrá una voz
que escape al resabio antiguo,
o una mano salvada
sin la grave cicatriz
del muro roído en tinta oscura,
la piedra manchada del mismo
poema impuro,
escrito una vez
por los vaivenes del alma,
y reescrito en el cansancio
del sentido acorralado
en la noche circular
que imponen las angostas galerías.
Aguardando tras la terrible puerta,
confundida con su hiedra,
su primer estrépito,
y la vaga medida
de una sombra que oculta
siglos y jardines y muertes,
madres de su otra sombra,
vacilando aterido,
persevera en el rumbo
del abismo inmediato al paso.
Escuchando paciente
como un silencio de planeta frío,
para dibujar en palabras
de un lenguaje de símbolos,
de los colores y los sabores,
las texturas y las formas,
símbolos también,
pero de otro lenguaje,
que avanza subterráneo,
por debajo de los años
y las páginas marchitas
de la historia acumulada,
como aguas ciegas
de un tiempo lento
invocado esta noche vanamente.

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